Florencia, 21 de
julio 1515 - Roma, 26 mayo 1595
San Felipe nació en Florencia, Italia, en 1515. Su padre se llamaba
Francisco Neri. Desde pequeño demostraba tal alegría y tan grande bondad,
que la gente lo llamaba "Felipín el bueno". En su juventud dejó fama de
amabilidad y alegría entre sus compañeros y amigos.
Llamado el Apóstol de Roma, fue el fundador de la Congregación del
Oratorio, que constituyó la proyección de su espiritualidad y su singular
creación dentro de las distintas corrientes espirituales del Cinquecento italiano.
Fue canonizado por la iglesia católica unos veintisiete años después de su
muerte. Su festividad se celebra el 26 de mayo.
Habiendo quedado huérfano de madre, lo envió su padre a casa de un tío muy
rico, el cual planeaba dejarlo heredero de todos sus bienes. Pero allá
Felipe se dio cuenta de que las riquezas le podían impedir el dedicarse a
Dios, y un día tuvo lo que él llamó su primera "conversión". Y consistió
en que se alejó de la casa del riquísimo tío y se fue para Roma llevando
únicamente la ropa que llevaba puesta. En adelante quería confiar
solamente en Dios y no en riquezas o familiares pudientes.
Al llegar a Roma se hospedó en casa de un paisano suyo de Florencia, el
cual le cedió una piecita debajo de una escalera y se comprometió a
ofrecerle una comida al día si él les daba clases a sus hijos. La
habitación de Felipe no tenía sino la cama y una sencilla mesa. Su
alimentación consistía en una sola comida al día: un pan, un vaso de agua
y unas aceitunas. El propietario de la casa, declaraba que desde que
Felipe les daba clases a sus hijos, estos se comportaban como ángeles.
Los dos primeros años Felipe se ocupaba casi únicamente en leer, rezar,
hacer penitencia y meditar. Por otros tres años estuvo haciendo estudios
de filosofía y de teología.
Pero luego por inspiración de Dios se dedicó por completo a enseñar
catecismo a las gentes pobres. Roma estaba en un estado de ignorancia
religiosa espantable y la corrupción de costumbres era impresionante. Por
40 años Felipe será el mejor catequista de Roma y logrará transformar la
ciudad.
Felipe había recibido de Dios el don de la alegría y de amabilidad. Como
era tan simpático en su modo de tratar a la gente, fácilmente se hacía
amigo de obreros, de empleados, de vendedores y niños de la calle y
empezaba a hablarles del alma, de Dios y de la salvación. Una de sus
preguntas más frecuentes era esta: "amigo ¿y cuándo vamos a empezar a
volvernos mejores?". Si la persona le demostraba buena voluntad, le
explicaba los modos más fáciles para llegar a ser más piadosos y para
comenzar a portarse como Dios quiere.
A aquellas personas que le demostraban mayores deseos de progresar en
santidad, las llevaba de vez en cuando a atender enfermos en hospitales de
caridad, que en ese tiempo eran pobrísimos y muy abandonados y necesitados
de todo.
Otra de sus prácticas era llevar a las personas que deseaban empezar una
vida nueva, a visitar en devota procesión los siete templos principales de
Roma y en cada uno dedicarse un buen rato a orar y meditar. Y así con la
caridad para los pobres y con la oración lograba transformar a muchísima
gente.
Desde la mañana hasta el anochecer estaba enseñando catecismo a los niños,
visitando y atendiendo enfermos en los hospitales, y llevando grupos de
gentes a las iglesias a rezar y meditar. Pero al anochecer se retiraba a
algún sitio solitario a orar y a meditar en lo que Dios ha hecho por
nosotros. Muchas veces pasó la noche entera rezando. Le encantaba irse a
rezar en las puertas de los templos o en las catacumbas o grandes cuevas
subterráneas de Roma donde están encerrados los antiguos mártires.
Lo que más pedía Felipe al cielo era que se le concediera un gran amor
hacia Dios. Y la vigilia de la fiesta de Pentecostés, estando aquella
noche rezando con gran fe, pidiendo a Dios el poder amarlo con todo su
corazón, éste se creció y se le saltaron dos costillas. Felipe
entusiasmado y casi muerto de la emoción exclamaba: "¡Basta Señor, basta!
¡Que me vas a matar de tanta alegría!". En adelante nuestro santo
experimentaba tan grandes accesos de amor a Dios que todo su cuerpo de
estremecía, y en pleno invierno tenía que abrir su camisa y descubrirse el
pecho para mitigar un poco el fuego de amor que sentía hacia Nuestro
Señor. Cuando lo fueron a enterrar notaron que tenía dos costillas
saltadas y que estas se habían arqueado para darle puesto a su corazón que
se había ensanchado notablemente.
En 1458 fundó con los más fervorosos de sus seguidores una cofradía o
hermandad para socorrer a los pobres y para dedicarse a orar y meditar.
Con ellos fundó un gran hospital llamado "De la Santísima Trinidad y los
peregrinos", y allá durante el Año del Jubileo en 1757, atendieron a
145,000 peregrinos. Con las gentes que lo seguían fue propagando por toda
Roma la costumbre de las "40 horas", que consistía en colocar en el altar
principal de cada templo la Santa Hostia, bien visible, y dedicarse
durante 40 horas a adorar a Cristo Sacramentado, turnándose las personas
devotas en esta adoración.
A los 34 años todavía era un simple seglar. Pero a su confesor le pareció
que haría inmenso bien si se ordenaba de sacerdote y como había hecho ya
los estudios necesarios, aunque él se sentía totalmente indigno, fue
ordenado de sacerdote, en el año 1551, y apareció entonces en Felipe otro carisma o regalo generoso de Dios: su
gran don de saber confesar muy bien. Ahora pasaba horas y horas en el
confesionario y sus penitentes de todas las clases sociales cambiaban como
por milagro. Leía en las conciencias los pecados más ocultos y obtenía
impresionantes conversiones. Con grupos de personas que se habían
confesado con él, se iba a las iglesias en procesión a orar, como
penitencia por los pecados y a escuchar predicaciones. Así la conversión
era más completa.
San Felipe quería irse de misionero al Asia pero su director espiritual le
dijo que debía dedicarse a misionar en Roma. Entonces se reunió con un
grupo de sacerdotes y formó una asociación llamada el "Oratorio", porque
hacían sonar una campana para llamar a las gentes a que llegaran a orar.
El santo les redactó a sus sacerdotes un sencillo reglamento y así nació
la comunidad religiosa llamada de Padres Oratorianos o Filipenses. Esta
congregación fue aprobada por el Papa en 1575 y ayudada por San Carlos
Borromeo.
San Felipe tuvo siempre el don de la alegría. Donde quiera que él llegaba
se formaba un ambiente de fiesta y buen humor. Y a veces para ocultar los
dones y cualidades sobrenaturales que había recibido del cielo, se hacía
el medio payaso y hasta exageraba un poco sus chistes y chanzas. Las
gentes se reían de buena gana y aunque a algunos muy seriotes les parecía
que él debería ser un poco más serio, el santo lograba así que no lo
tuvieran en fama de ser gran santo (aunque sí lo era de verdad).
En su casa de Roma reunía centenares de niños desamparados para educarlos
y volverlos buenos cristianos. Estos muchachos hacían un ruido
ensordecedor, y algunos educadores los regañaban fuertemente. Pero San
Felipe les decía: "Haced todo el ruido que queráis, que a mí lo único que
me interesa es que no ofendáis a Nuestro Señor. Lo importante es que no
pequéis. Lo demás no me disgusta". Esta frase la repetirá después un gran
imitador suyo, San Juan Bosco.
Una vez tuvo un ataque fortísimo de vesícula. El médico vino a hacerle un
tratamiento, pero de pronto el santo exclamó: "Por favor háganse a un lado
que ha venido Nuestra Señora la Virgen María a curarme". Y quedó sanado
inmediatamente. A varios enfermos los curó al imponerles las manos. A
muchos les anunció lo que les iba a suceder en el futuro. En la oración le
venían los éxtasis y se quedaba sin darse cuenta de lo que sucedía a su
alrededor. Muchas personas vieron que su rostro se llenaba de luces y
resplandores mientras rezaba o mientras celebraba la Santa Misa. Y a pesar
de todo esto se mantenía inmensamente humilde y se consideraba el último
de todos y el más indigno pecador.
Los últimos años los dedicó a dar dirección espiritual. El Espíritu Santo
le concedió el don de saber aconsejar muy bien, y aunque estaba muy débil
de salud y no podía salir de su cuarto, por allí pasaban todos los días
numerosas personas. Los Cardenales de Roma, obispos, sacerdotes, monjas,
obreros, estudiantes, ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos querían
pedirle un sabio consejo y volvían a sus casas llenos de paz y de deseos
de ser mejores. Decían que toda Roma pasaba por su habitación.
Empezó a sentir tales fervores y tan grandes éxtasis en la Santa Misa,
después de la consagración, que el que le acolitaba, se iba después de la
elevación y volvía dos horas después y alcanzaba a llegar para el final de
la misa.
El 25 de mayo de 1595 su médico lo vio tan extraordinariamente contento
que le dijo: "Padre, jamás lo había encontrado tan alegre", y él le
respondió: "Me alegré cuando me dijeron: vayamos a la casa del Señor". A
la media noche le dio un ataque y levantando la mano para bendecir a sus
sacerdotes que lo rodeaban, expiró dulcemente. Tenía 80 años.

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